El necesario pacto político

José Manuel Castells, Iñaki Agirreazkuenaga, Baleren Bakaikoa y Jon Gurutz Olaskoaga, profesores de UPV-EHU en Noticias de Gipuzkoa.

La propuesta del Gobierno Vasco planteada en el discurso del lehendakari ante el Parlamento Vasco ha despertado la secular "furia española", con el coro denostador habitual y con expresiones insultantes en todos los medios de comunicación estatales. ¡Qué diferencia con debates sobre problemas territoriales con países civilizados como Canadá, Bélgica o Reino Unido! En estos Estados las diferencias se planteaban con toda crudeza, pero siempre con respeto a las opiniones ajenas y en el seno de un debate ponderado. Diferencia evidente entre sistemas democráticos consolidados por siglos de práctica y una España que acaba de salir de una dictadura africanista.

Y, sin embargo, por encima del barullo y el ruido mediático, superando los insultos y vituperios cotidianos, prescindiendo de la lucha partidista a sangre y fuego de los dos partidos políticos que se disputan el cetro madrileño, hoy más que nunca es preciso cordura, moderación y sensatez, para llegar a un pacto político que afronte, en diversas etapas, la resolución de problemas irresolutos y que afectan directamente al pueblo vasco; ello al menos desde que la inserción en España no fue precisamente cómoda, tras la perdida foral.

Pacto político que se debe de entender de diversas formas: la definitiva con un acuerdo global de comunidad a comunidad y su consiguiente referendo por la ciudadanía, tal como se hizo el 25 de octubre de 1979. Pero hay acuerdos sucesivos que deben desbrozar el avance hacia la solución comenzando por la reunión del 16 de octubre entre presidentes, reunión que si seguimos declaraciones del presidente español, se va a acabar como el rosario de la aurora, tirándole con insistencia de las orejas al sufrido lehendakari vasco.

¿Debe ser así inexorablemente? ¿No hay posibilidad de debate, negociación y llegada a acuerdos parciales? El 25 de octubre de 2008 se limitará a su primera finalidad (consulta de ratificación del pacto alcanzado) o no llegará nunca a tal evento, por la utilización de la policía (Bono dixit ), de los jueces (Hernando a la cabeza), del artículo 155 de la Constitución (¡inefable Guerra!), etc., etc.

Y, sin embargo, ¿qué hay escrito sobre ese primer pacto? Nada, absolutamente nada. Elucubremos por nuestra cuenta y riesgo: ¿Qué ocurriría si el denostado lehendakari propone un acuerdo sobre lo básico y elemental, absolutamente legal -las ilegalidades están en la otra parte- y políticamente factible con un mínimo de buena voluntad?

Concretando, el lehendakari pide o exige que se llegue por fin a completar el Estatuto de Autonomía de 1979, atroz e ilegalmente incumplido por las instancias centrales; que se perfile la necesaria fusión de las cajas de ahorro vascas, proceso instrumentalizado por la aberración partidista; que blinden, a la Navarra, las normas forales fiscales; que se acerquen de una vez los presos etarras a los lugares donde residen sus familias, humanizando de algún modo las artes de guerra; que se de cauce a la participación institucionalizada de las instancias representativas vascas en aquellas normas europeas que afectan a esta comunidad; que se afloje el cinturón de hierro que asola a Navarra en cuanto a su gobierno y cara a la discriminación del vasquismo; que se descentralice el poder judicial, y así hasta que la imaginación de los lectores agote el repertorio.

¿Se utilizará la fuerza pública para abortar opiniones populares ratificadoras de este pacto? ¿Se demonizará al lehendakari, como en las elecciones del 2001 o como se llevó a cabo con intensidad birmana con ocasión de la propuesta para la convivencia del 2003? Creemos que la desmesura sería de órdago a la grande y que solo desde la afirmación democrática puede plantearse el proceso.

No obstante, si los bastos triunfan siempre quedará el consuelo de cuestionar esto y aquello, puesto que la imposición a la fuerza de una determinada ciudadanía no parece compatible con los postulados esenciales del nuevo siglo. Lo que nos trae a la memoria ciertas líneas recientes del tal vez más sagaz analista político del Reino de España, el filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós.

Dice el ilustre filósofo en un periódico madrileño, nada proclive a veleidades autonomistas: "El perfil de los Estados actuales pocas veces resultó dibujado por ninguna Constitución o voluntad popular. De hecho, el trazado de las actuales fronteras es producto del azar y de la violencia, del semen de sus reyes, del pacto de sus señores y la sangre de sus súbditos. Ir desacralizando mitos fundacionales y proponer un referéndum sin violencia como forma de definir este ámbito me parece un fenomenal avance democrático. Y considerar por principio una aberración antidemocrática el que pueblos como el vasco y el catalán puedan decidir sobre su futuro votando ala canadiense me parece el mayor abuso que puede hacerse de las palabras constitución, democracia o libertad".

Se puede decir más alto estas verdades como puños, difícilmente de manera más clara.

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