Legalidad vs Justicia

Artículo de José Antonio Diez Alday en Noticias de Gipuzkoa

La propuesta de Juan José Ibarretxe vuelve a poner de actualidad la fiabilidad de la democracia, tal y como la entienden algunos países occidentales, donde la forma de la legalidad prevalece y cuestiona el fondo de la justicia. Es una paradoja, repetida y ampliada, siempre y cuando el planteamiento de un problema de fondo pone a prueba la capacidad de convivir en igualdad de quienes creen estar predestinados para dirigir las voluntades de los gobernados.

En este sentido, resulta inútil debatir sobre la actitud del Gobierno español, del partido que lo sustenta o del partido mayoritario de la oposición, porque, en todos ellos, motivados por una escalada electoralista, prevalece la superficialidad mediática, sin afrontar el fondo de problema, aunque cuentan con el apoyo de periodistas y medios de comunicación ideólogos apologetas de la unidad incuestionable de España. La última boutade corresponde al presidente del Senado, cuando viene a decir que "del mismo modo que Zapatero no cedió al chantaje de ETA…, no cederá al chantaje de Ibarretxe".

Pero, insisto, no es cuestión de entrar en este juego de palabras, en este debate sobre las formas y en la legalidad consagrada por la Constitución. Ni tan siquiera es momento para opinar sobre la credibilidad que nos merecen los dirigentes socialistas cuando reclaman un acuerdo previo entre los partidos vascos para después entrar a discutir la propuesta consensuada. Después de todo, la memoria no es tan frágil como algunos piensan y los ejemplos de Cataluña y Navarra son paradigmáticos

Lo que realmente importa es saber si unos y otros tienen voluntad de diagnosticar con seriedad la problemática vasca, así como los caminos que deben emprenderse para su solución. Aquí es donde esas voluntades muestran su verdadero perfil. Para unos el problema (o conflicto, llámese como se quiera) existe. Para otros, pese a que opinaban lo contrario no hace muchos años, el único problema es ETA.

Pues bien, señalemos la opinión Ernst Jürgen, escritor, filósofo, novelista e historiador alemán que salvó la vida a cuantos judíos represaliados pudo y anotó en su diario: "El uniforme, las condecoraciones y el brillo de las armas, que tanto he amado, me producen repugnancia".

En aquella época (1943), también escribió un ensayo titulado La paz y publicado en 1946 en el que dice: "A medida que la competencia de las naciones se extinga, el alsaciano podrá vivir como alemán o como francés sin verse forzado a lo uno o lo otro. Y, sobre todo, podrá vivir en cuanto alsaciano como le plazca. En eso hay una ganancia para la libertad que será visible en los pequeños grupos y en las ciudades. En la nueva casa se sentirán más libres el bretón, el vendeano, el polaco, el vasco, el cretense o el siciliano".

Blanco y en botella. Un alemán, al servicio de los ejércitos hitlerianos que posteriormente repudió, señala que el conflicto de Alsacia (origen de la guerra franco-prusiana de 1870, moneda de cambio en las dos guerras europeas del siglo XX y causa de muchas tragedias), tiene como responsables de estos males a las naciones de entonces, que son los Estado-Nación de hoy, e incluye a los vascos (entre otros pueblos europeos) como parte doliente y sufriente de similares opresiones.

Claro que, quizás, entonces como ahora, quienes están llamados a solucionar los problemas piensen (palabra más, palabra menos), como Donoso Cortés, marqués de Valdegamas (1808-1853), filósofo y diplomático español, quien, en una carta enviada al político francés Charles Forbes, conde de Montalembert, defensor de la libertad de irlandeses y polacos, señala:

"Yo creo que la civilización católica contiene el bien sin mezcla de mal y que la filosofía contiene el mal sin mezcla de bien alguno… Considerándola ahora desde su punto de vista segundo, es decir, en su realidad histórica, diré que, habiendo nacido sus imperfecciones únicamente de su combinación con la libertad humana, el verdadero progreso hubiera consistido en sujetar el elemento humano, que la corrompe, al divino, que la depura. La sociedad ha seguido un rumbo diferente; dando por fenecido el imperio de la fe y proclamando la independencia de la razón y de la voluntad del hombre, ha convertido el mal, que era relativo, excepcional y contingente, en absoluto, universal y necesario".

Esto es lo que hay, aunque les pese a algunos. Aquella España del siglo XIX, aquella mentalidad imperialista que suprimió los Fueros vascos, generando un conflicto que perdura, fue descrita en 1961 por Denis de Rougemont (Tres milenios de Europa ), como "España pretende seguir siendo lo que fue, sin esperar nada del progreso, ni de la ciencia, ni de la democracia social ni del movimiento de la historia y aún menos de la libertad, pero poniendo toda su fe terrestre y política en un acontecimiento sobrenatural: el orden católico restaurado".

La pregunta es saber si ha cambiado esta mentalidad, si hay realmente voluntad de cambiar las cosas, solucionar los problemas y construir un Estado realmente democrático, donde prevalezcan los principios griegos que la crearon: isonomia (igualdad de derechos) e isegoria (igualdad de palabra).

La respuesta admite pocas dudas: España y su clase política se mantienen fieles al llamado Estado de Derecho, que viene a ser una prolongación del pensamiento romano, construido en torno a la idea de 'ius' (derecho), pero no puesto al servicio del ideal de justicia propuesto por los griegos, sino un derecho para cada caso, un derecho particular puesto al servicio del Imperio Romano (conquistador por las armas de media Europa). Confirmando esta teoría opresora está Cicerón, que llega a escribir: summum ius summa injuria (máxima ley, máxima injuria). Es decir: el Derecho llevado a su extremo puede equivaler a una extrema injusticia. En otras palabras, la legalidad va contra la justicia.

Y, con estos precedentes, no es extraño ese debate superficial y mediático en relación a una propuesta política, calificándola de chantaje o desvarío. Porque, con independencia de su legalidad o no, de su oportunismo en vísperas de unas elecciones generales y de sus altas miras, viene a ser un documento de trabajo, debate y reflexión, donde no se pretende el triunfo de uno u otro partido. Se trata de que la sociedad vasca pueda pronunciarse sobre los posibles caminos que deben estudiarse para solucionar un conflicto que, por culpa de ETA, ha causado muchas tragedias en los últimos años.

Se trata, señores políticos, de que la ciudadanía vasca actúe como tal. Es decir, en igualdad de derechos (isonomia ) e igualdad de palabra (isegoria ). Ambos principios fueron el germen de la democracia en Atenas. Una Ciudad-Estado en la que la razón del hombre prevaleció sobre la leyenda mitológica.

Ustedes tienen la palabra para decirnos si la legalidad del Estado de Derecho es un argumento legítimo para impedir la Justicia de la democracia expresada en la palabra del ciudadano. Ustedes tienen la voz, dénnosla a nosotros.

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