El Victoria Eugenia brilla de nuevo

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A las 19.15 horas de ayer no se podía pisar la alfombra roja. Tenía que lucir impecable y los pisotones previos no eran bienvenidos. A falta de 45 minutos para subir el telón, el Victoria Eugenia rebosa una intensidad veloz, reflejada en el ir y venir de empleados de la limpieza, reuniones improvisadas de acomodadores en los pasillos, músicas de móvil, bandejas de canapés, flashes de cámaras e instrucciones de última hora. "Hace un cuarto de hora que acaban de pintar el techo", comenta Marta, encargada del ambigú del teatro donostiarra que, en esta nueva etapa ha caído en manos del emblemático bar Okendo. "Nos ha hecho mucha ilusión ser parte del Victoria Eugenia", añade mientras supervisa las bandejas que colocan en la barra. "Hoy es un día grande y vamos a obsequiar con pasteles a todos los visitantes", apostilla.

Delante de los palcos Paula espera impaciente la llegada de los espectadores. Ella es uno de los 16 acomodadores que a partir de ahora se encargarán de guiar a los visitantes a sus asientos. "Ayer vi el teatro por primera vez, y la verdad es que me encantó, estoy nerviosa por ser el primer día, y porque me han encargado parte de la zona importante, la de los palcos". "¿Cuál es el palco número 2?", pregunta un despistado, inquieto por no querer perderse el principio. Hoy, el aforo de 890 localidades está completo. Entre los trabajadores de comunicación también se respiran, inevitablemente, los nervios del estreno. "Hoy hemos barrido todos", explican. Y se muestran contentos con los resultados. "Ahora toca disfrutarlo, llevamos todo el día esperando alguna mala noticia pero no ha llegado, respiramos tranquilos".

POCO A POCO La apertura de puertas no destaca por el desbordamiento de asistentes. Al contrario, la gente va entrando poco a poco, llena de expectación y curiosidad. Más por el aspecto del renovado edificio que por Paradero desconocido, la obra que la compañía Tanttaka está a punto de representar. Apenas nadie mira las caras de los encargados de recoger entradas, todos asoman sus cabezas al interior, al vestíbulo, al techo, a las escaleras y a los tres paneles de Martiarena; antes juntos y ahora separados. "Me alegro mucho de verlo iluminado", resalta Enkarni Genua. "Está precioso, me he sentido nostálgica al entrar porque me recuerda al antiguo teatro, donde tantas veces he actuado", añade la titiritera donostiarra. Norka Chiapuso y Ramón Etxezarreta preguntan a los invitados por las reformas. "Ha quedado bonito, ¿verdad?", comentan. Suben las escaleras, entrada en mano y sin querer perder ni un minuto, el alcalde de Donostia, Odón Elorza; el portavoz del PNV de Donostia, Xabier Ezeizabarrena; el director del Patronato Municipal de Cultura, Antton Azpitarte; el productor Eneko Olasagasti y los artistas Aizpea Goenaga, Fernando Bernués, Mireia Gabilondo, Urko, Esther Esparza, entre otros. Una voz avisa; "faltan cinco minutos". La gente acelera. Todo el mundo tiene que estar en su sitio. Vuelve a sonar la megafonía, sólo quedan dos minutos. Y a los nervios les sucede el silencio y la música de un piano. Arriba el telón. El espectáculo ha comenzado.

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